Por ABELARDO OVIEDO DUQUESNE
Fotos Cortesía de la FIV
Como siempre, la vida emitió su fallo. Y para alegría de muchísimos, un seleccionado de mujeres latinoamericano, caribeño y cubano, bautizado con el mote Espectaculares Morenas del Caribe (EMC), fue exaltado al salón de la fama de la disciplina radicado en Massachusetts, Estados Unidos.

Encabezaron las clasificaciones generales de las copas del mundo escenificadas en las urbes japonesas de Nagoya (1989); Osaka (1991); las de 1995 y 1999, cuyas definiciones acontecieron en el gimnasio metropolitano de Tokio, la capital nipona. Lideraron la versión inaugural del Grand Prix (1993) y la última del pasado milenio. A escala continental son las máximas triunfadoras en los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, así como en las fiestas del continente.
Decente, justa, honesta. Esos calificativos avalan la conducta de la comisión de versados encargada de tasar las candidaturas para tan apreciado galardón, pues el veredicto agasajó al conjunto cuyas integrantes confirmaron dedicación, voluntad y lealtad para acceder a la victoria en las duelas del planeta, bajo disímiles circunstancias.
En la década de los años 60 las Niñas Magas del Oriente, también pertenecientes al afamado recinto, conformaron una singular trayectoria. Pero aquella fue menos viscosa que la estructurada por nuestras fornidas muchachas, pues existía menos equilibrio entre los competidores de las diferentes latitudes del globo terráqueo. Y la federación internacional de la disciplina (FIVB) programaba muchos menos certámenes de alto relieve.
Las huellas de las EMC permanecen indelebles, porque en sus demostraciones entregaron notables rangos de maestría en casi todos los sectores del juego. El resultado de aquellos desempeños pudiera ocupar también un espacio en el Paseo de los Famosos, espacio ubicado en la ciudad estadounidense de Los Ángeles; y que encumbra a los artistas de relevante trayectoria.
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