martes, 19 de febrero de 2008

Rivales,si...pero no enemigos


Abelardo Oviedo

Lamentablemente la indisciplina comienza a robar espacios en varios recintos deportivos, como son los de baloncesto, fútbol y pelota. Lo acontecido hace unos días en la sala Ramón Font, el Estadio Latinoamericano, por citar solo algunos, es ya un asunto que tiene precedentes. Y no debe suceder otra vez, porque el deporte revolucionario concibe esos lugares para el disfrute sano de los espectadores que no pocas veces van con sus familias.

Los cubanos hemos demostrado la capacidad de saber juzgar el quehacer de un competidor, independientemente de su procedencia. Y también, repudiar el acto descortés, grosero, antideportivo de ciertos ciudadanos.

Donde más manifestaciones desagradables han ocurrido en las dos últimas temporadas ha sido en las salas de baloncesto. En el penúltimo desafío del play off de la pasada Liga Superior de entre Ciego de Ávila y Capitalinos, se produjo un gran escándalo por un enceste a solo dos segundos de terminar las acciones. Y el mal público invadió el terreno. La situación fue controlada por fuerzas del orden interior. De circunstancias similares pudieran salir atletas con serias lesiones.

Este año se repitió la bronca en la apertura del certamen anual entre los mencionados contendientes, y en la misma sala. Esta vez la disputa quedó entre los baloncestistas y la federación nacional sancionó a los que lejos de mantener una conducta acorde a los principios del deporte revolucionario cubano, tomaron la senda de la violencia —tal vez— por viejos rencores .

¿Cuáles pudieran ser las causas de estas graves actitudes, tanto del público como de los competidores? ¿Falta de recursos técnicos para efectuar adecuadamente los partidos? ¿Insuficiente control del comportamiento en las instalaciones? ¿Pasión desmedida? Hay de todo, como en un gran ajiaco.

Faltan recursos: pizarras, relojes y mecanismos de señales sonoras, que contribuyan a saber los marcadores, el tiempo empleado por un equipo para pasar al terreno ofensivo, así como los segundos a su favor para lanzar a la canasta. Cuando estos elementos para garantizar la corrección técnica no existen —o funcionan mal— las decisiones arbitrales pueden caer en incorrecciones, y eso enerva a las gradas.

Asimismo las carencias mencionadas restringen la motivación en los aficionados para asistir a los cotejos; frenan la evolución táctica de los jugadores; e influyen en el desenvolvimiento de la dirección de los elencos y la tríada de árbitros.

El reglamento de la disciplina, por ejemplo, sentencia que un seleccionado tiene derecho a emplear 24 segundos para tirar a la cesta, 10 para trasladar la pelota al cuadrante ofensivo, y tras 10 minutos de brega debe concluir cada episodio del cotejo. Ninguna de esas estipulaciones se puede cumplir de forma correcta en los partidos. Los encargados de ejecutarlas tan solo disponen de un micrófono; y esas personas —vinculadas o no al deporte de las cestas— son seres humanos y no escapan a los errores.

La primera divisa de un árbitro es tener en sus manos el curso del juego. ¿Cómo puede cumplir bien con esa máxima si, además de estar pendiente de las infracciones de los jugadores, le toca realizar de manera rudimentaria lo que debieran hacer los artículos de medición?

Las autoridades deportivas de la nación quieren ratificar la nominación del clásico como el segundo mejor espectáculo deportivo en el archipiélago cubano. Ese objetivo de trabajo no será posible lograrlo en este cuatrienio por las insuficiencias antes mencionadas.

Armando Orché juega baloncesto desde niño. Él ama al más dinámico y creativo de los deportes de equipo, como lanzaba al éter habitualmente el comentarista René Navarro. Integró la selección nacional en la época de oro de la disciplina en Cuba. Ahora es el fisioterapeuta del equipo Capitalinos, pero está un tanto desencantado con la temporada del país: “En algunos lugares malos amigos de nuestro deporte agreden al evento. Burlan la vigilancia y acceden con bebidas alcohólicas a las instalaciones deportivas. Así propician la agresividad en el interior de un lugar que debiera ser sólo de entretenimiento y paz.”

Tiene mucha razón. No obstante la información que se ofrece sobre la incidencia negativa que provoca en la salud humana el exceso de bebidas alcohólicas, muchas personas las consumen. Y lo peor, escogen mal el momento y el territorio para ingerirlas.

Una especial atención hay que brindar también al concepto de hospitalidad, que parece estar fallando en los últimos tiempos por una desmedida pasión asociada al criterio de ganar de todas, todas.
Ser anfitrión significa amabilidad, cortesía, atender a los huéspedes para que puedan desarrollar su programa de entrenamiento. Y sobre todo, reconocer dignamente cuándo el adversario —ya sea en béisbol, baloncesto o fútbol— es superior.

Porque sigue vigente en la mayor isla de las Antillas aquél sueño que tuvo sus orígenes en la antigua Grecia: lo importante es saber competir.

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