sábado, 29 de septiembre de 2007

Octubre en la memoria


Irene Forbes
Foto Daniel Anaya

Paseaba por El Prado y de pronto se agolparon en mi mente imágenes de cuando junto a mis compañeros de armas transitábamos este camino hacia el Centro de Entrenamiento de Esgrima en la esquina de Trocaderos. A medida que me acercaba al vetusto y elegante edificio, ahora escuela provincial de ballet, y quizás por la cercanía de la fecha aniversario de sus muertes, pensé en los Mártires de Barbados, aquel grupo de personas masacradas en pleno vuelo por un vil sabotaje terrorista, en que además de la tripulación de la nave, y algunos estudiantes extranjeros, se incluían 24 integrantes de la gran familia deportiva, amigos, hermanos míos…


Rememoraba la risa espontánea del negro Julio Herrera, a quien por un tiempo le dijimos “Kaol” porque en nuestra primera salida al extranjero, Hungría, Budapest, en vez de comprar diferentes souvenir para los regalitos que siempre se traen a los compañeros que no subieron al “pájaro”, a los vecinos, en fin, a todos los afectos dejados en Cuba, compró al por mayor desodorantes con ese nombre. Decía que así nadie se pondría celoso, y eso por supuesto en un grupo de jóvenes locos por dar “cuero” se convirtió en el chiste diario.


Su forma de ser jovial y jaranera impidió que se pusiera bravo por la chanza. Era muy querido por todos debido a su natural simpatía. Durante ocho años integró las filas del equipo nacional de espada y en su trayectoria deportiva alcanzó múltiples lauros, destacándose su arresto al pie del rival, toque en el cual era temible. En el grupo lo veíamos como uno de los más maduros, porque ya estaba casado y era papá de un avispado varoncito del cual siempre estaba hablando. Además ya era militante de la UJC, trabajaba, como tipógrafo en el DESA (Desarrollo de Edificaciones Sociales y Agropecuarias), a la par que estudiaba el cuarto semestre de la Facultad Obrero Campesina y un curso de francés, por aquello de que es el idioma oficial de la esgrima.

Muchas veces comentábamos como Julio lograba enfrentar tantas tareas y roles diversos, sin embargo una mano artera, enemiga de jóvenes revolucionarios como el, tronchó sus sueños y aspiraciones en unos minutos de agonía.


Integrado al equipo de espada también se encontraba Ricardo Cabrera, afable respetuoso, inmensamente modesto. Anhelaba ser piloto pero sus pies planos le jugaron una mala pasada, sin embargo sirvieron muy bien de apoyo en la obtención de numerosas medallas deportivas. Con el tiempo había decidido estudiar arquitectura y se encontraba a medio camino en su empeño…Ramón Infante, “Monchy”, era la tercera pata de esa mesa y el más experimentado de los espadistas. Había ingresado al equipo nacional en el año 1967 y decenas de eventos internacionales lo habían incluido en sus nóminas. Sus resultados más relevantes siempre fueron en eventos colectivos y era considerado como el hermano mayor por los buenos consejos que prodigaba por doquier. Dejó como legado un hijo al que no conoció.


José Ramón Arencibia sobresalía no solo por su calidad esgrimística, que era probada, sino por su versatilidad. Debido a tropiezos que incidieron en el itinerario del viaje, la delegación viajó dividida hacia Caracas, Venezuela, sede de la cuarta edición de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Esgrima (postrera competencia de estos muchachos) y los equipos masculino de florete y sable no arribaron a tiempo para el inicio de la contienda. No obstante este percance, Arencibia empuñó el primer día el florete y se proclamó campeón de la especialidad.


Éramos muy afines debido a su inclinación por el periodismo y las letras en general. En los ratos libres le enseñaba mis artículos, mientras el reciprocaba con sus poemas y textos románticos, humorísticos o revolucionarios. Resultaba corriente oír en la sala de armas, expresiones como esta: ¿Qué traes hoy Arencibia?, y, enseguida reunirse un coro a su alrededor para escuchar su ultima composición poética. Esta arma era la única de las asistentes por la parte cubana a ese evento, que no se encontraba integrada por atletas juveniles, sino que sus tiradores pertenecían a la selección nacional de mayores.


Quede detenida frente de la ancha escalera que nos conducía diariamente, año tras año a la enorme sala de armas, refugio de tantas lágrimas y alegrías. El pecho se oprimía con tantos recuerdos que regresaban a galope…Ahí estaba Nancy, la rubia pinareña que era una tromba marina sobre la plancha cuando de discutir un asalto “apretado” se hablaba. Cuando el marcador no le era favorable y decían “ale”, lo que salía era un bólido a discutir el toque. ¡Que manera de crecerse! En su mirar azul se reflejaba una perenne sonrisa. Estaba enamorada y en su vientre llevaba el fruto de ese amor.


La bella mulata Virgen Felizola, que le arrancaron la vida de cuajo a los 17 años. Era la más joven de las 73 victimas y toda una esperanza para la esgrima, pues ya traía de la cita centroamericana dos medallas en su pecho: bronce individual y oro por equipos. A Inés Luaces y a Milagros Peláez que las vi surgir en el deporte desde los Juegos Escolares. ¡Como tiran esas camagüeyanas ¡ era el comentario entre los que presenciaron su debut. El amor había tocado las puertas de Milagritos y su romance con Leonardo MacKenzie, compañero de armas y de este trágico viaje, le hacían aumentar el interés por esta disciplina en la que se sentía totalmente realizada.


Al continuar el desfile de recuerdos ante mi memoria esta se detiene un instante en el sablista José Fernández pues desde que lo conocí, me impresionó su capacidad intelectual. Era un joven precoz. A los 13 años ya estaba en la ESPA y era políglota. Hablaba perfectamente el ingles, sabia algo de francés y ruso, y se encontraba estudiando alemán. Siempre andaba con varios libros deportivos a cuesta. Como jarana lo llamaban “el teórico” y soñaba con ser Ingeniero Eléctrico. Su “socio” era el también sablista Alberto Drake. Meses antes de ser asesinado converse con su entrenador acerca de las condiciones excepcionales que poseía. Entonces supe que lo consideraba todo un prospecto para el próximo ciclo olímpico, por su rápida asimilación de la técnica.


Juan Duany y Enrique Figueredo completaban ese equipo que se alzó con la medalla dorada en estos juegos, y aunque eran noveles impresionaron con sus magistrales desempeños.
Junto a Mackenzie obtuvieron el título del florete en la justa, Carlos Miguel Leyva, con su faz imberbe y su dulce mirada… Candido Muñoz que había escogido hasta el espacio de la casa donde exhibiría su colección de medallas…Nelson Fernández, tan afable y tranquilo…


Los minutos se deslizaban silenciosos y una secuencia de rostros desfilaba ante mí… Manuel Permuy, que fungía como jefe de la escuadra cubana; Demetrio Alfonso, presidente de la Confederación Centroamericana y del Caribe de esgrima; Luís A. Morales (mas conocido por Billito), jefe de la Comisión Técnica; los entrenadores Ignacio Martínez, Orlando López, Jesús Méndez y Santiago Hayes, así como el armero Jesús Gil Pérez, toda una autoridad en el montaje de las armas. Nombres fríos sobre el papel, pero que dejaron profundas huellas en mi formación deportiva y ciudadana.


Recordé el momento en que supe con certeza que todos habían perecido, que no existían esperanzas. La vida les había deparado grandes alegrías, transitaban seguros por el camino trazado por sus propios anhelos, cuando los que solo saben sembrar el dolor en la humanidad, decidieron segar sus valiosas vidas. Hay fechas que el dolor y el coraje marcan muy hondo en el recuerdo de los pueblos y el 6 de Octubre de 1976 es una de ellas.
No me había percatado que lloraba, ni del tiempo transcurrido en inmovilidad. Hace 31 años del criminal sabotaje y estamos aquí… ¡Honrándolos!

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