sábado, 22 de septiembre de 2007

La preparación psicológica de cara a los Juegos Olímpicos.



Dr. C. Luis Gustavo González Carballido.
Profesor e Investigador Titular. IMD.
Psicólogo del Equipo Nacional de Lucha Libre.
Foto: Angel Yu

Afirmar que la preparación psicológica es un “proceso psicológico y pedagógico a la vez” no deja de ser una verdad de Perogrullo a estas alturas. ¿Qué entrenador o psicólogo del deporte de nuestro país ignora esa vieja máxima de Puni, con la que inicia su bíblica y tantas veces citada obra? Sin embargo, ¿puede afirmarse que nuestros deportistas asisten bien preparados psicológicamente a sus compromisos competitivos?

Amén de posibles insuficiencias físicas y técnicas (por las cuales habría que comenzar cualquier análisis), cuando un voleibolista disminuye su efectividad en momentos tempranos de un tenso partido, un saltador de longitud se conforma con un discreto primer intento porque cree que con él puede ganar la competencia; o un luchador se muestra conservador al inicio del combate y luego le arrebatan la victoria sin haber empleado todas sus energías, puede afirmarse que la preparación psicológica no ha estado bien. Y hechos como estos –lo sabemos- ocurren con frecuencia.

Culpar de ello a los deportistas, al psicólogo o a cualquier otro miembro del colectivo técnico, sería tan simple como estéril. El proceso de preparación de un deportista de alto rendimiento es complejo, y depende de un número elevado de vectores en interminable interacción, cuya dirección resultante no es siempre la deseable. ¿Qué podría fallar en la preparación de un deportista rodeado de excelentes entrenadores, de un equipo médico-psicológico completo y de asesores científicos diversos? Pues nada menos que la integración, el efectivo y lubricado enlace entre estos “componentes”.

Veamos algunos requerimientos que habrán de cumplirse para que nuestros deportistas gocen de una buena preparación psicológica en los venideros Juegos Olímpicos, tal vez los más fuertes de la historia:
- Actualización de motivos sociales y personales relacionados con la participación en esos Juegos.
- Información amplia y detallada de los contrarios y de las condiciones de la competencia.
- Suficientes topes, que permitan acumular vivencias de enfrentamientos eficientes.
- Logro de una elevada moral, traducida en tres indicadores: que todos los miembros del equipo posean los mismos objetivos, que estos sean considerados igualmente valiosos e igualmente alcanzables.
- Balance de expectativas de éxito y de eficacia. Es decir, alimentar una meta que no se convierta en una obsesión capaz de opacar el disfrute de las acciones técnico-tácticas ni de la competencia misma.
- Desarrollo de una justa autovaloración de recursos y posibilidades, que favorezca una elevada percepción de autoeficacia.
- Optimización del perfil anímico.
- Identificación afectiva de cada deportista con su colectivo y con la dirección del equipo.

Nótese que la satisfacción de tales exigencias reclama de determinado apoyo material y de la participación de todo el colectivo técnico y de la dirección del deporte, no solo del psicólogo. ¿Dónde entra a jugar –entonces- este profesional? En el inevitable proceso de personalización de esos requerimientos. Cada atleta constituye una auténtica individualidad, por lo cual el abordaje no puede ser realizado de manera genérica, con intervenciones solo colectivas o estándares. La personalidad las mediatiza de manera definitiva, y la función del psicólogo es su adecuación al tipo de sistema nervioso, a las motivaciones y a las actitudes de cada deportista.
Cada psicólogo posee un programa para lograrlo, el cual se estructura en tareas, en metas palpables y –lo más importante- evaluables. Si cada colectivo logra vertebrarse alrededor de ese plan, la preparación psicológica será seguramente más efectiva.

Utilicemos bien el tiempo este año. Trabajemos de manera coordinada y veremos que las metas psicológicas serán mejor alcanzadas. Eso, sin dudas, redundará en más medallas olímpicas y más satisfacciones para el pueblo.

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