domingo, 23 de septiembre de 2007

Bernardo, el alquimista



Por Alejandro Cocía

Buenos Aires, Argentina.— "Cómo transformar sudor en oro", es el título del libro que Bernardo Rezende escribió para relatar las proezas del seleccionado brasileño de voleibol masculino que él conduce desde el 2001 y que por estos días sigue acaparando gloria con la avidez de los famélicos, pero también con la impiadosa mecánica de una máquina trituradora manejada sin descanso.


Una imagen repetida: Brasil campeónEn su última función, en Katowice (Polonia), la Canarinha se apropió de la Liga Mundial por quinta vez consecutiva y por sexta ocasión en siete finales disputadas desde que Bernardo guía los destinos del equipo. Fue 3 a 1 ante Rusia, equipo que acabó resignándose mucho antes de que el joven Yuri Berezhko tirara afuera su último remate...

Curiosamente, la única batalla decisiva perdida en la Liga Mundial fue en casa propia, en el 2002, en Belo Horizonte, y frente a Rusia. Pero la revancha llegaría rápido ese mismo año, en la Argentina, cuando Brasil se coronó por primera vez campeón mundial, ganándole justamente la pulseada final a los rusos.

Por esa cosa cíclica que impone la vida, 20 años antes Bernardo había estado en el Luna Park de Buenos Aires disputando otra final de un Mundial. Y frente a la Unión Soviética, que en aquel inolvidable 1982 mandaba con prepotencia en el universo del volley...

En esa selección brasileña que en la final sucumbió por paliza- Bernardo era Bernardinho, un armador carioca y criterioso que siempre quedaba en un segundo plano si se lo comparaba con el armador titular, William Carvalho da Silva, un paulista de dedos mágicos y fantasía que le brotaba por los poros.

Eterno suplente, siempre ubicado a la sombra del talentoso William, el tenaz Bernardinho sólo ingresaba un ratito con su entusiasmo y sus ganas, cuando la capacidad creativa de William necesitaba un breve respiro. Y así fue casi siempre.

Y cuando se retiró William, surgió otro mago en el armado de la selección brasileña: el irreverente Mauricio que, incluso, desplazó a Bernardinho del seleccionado que viajó a los Juegos de Seúl 88.
Poco a poco se convirtió en entrenador y también en Bernardo. El diminutivo no se correspondía con su edad ni con sus logros como entrenador de equipos femeninos. Esas campañas con distintos equipos se mujeres fueron su trampolín.

Su vida personal también viró: se había casado con la fenomenal Vera Mossa (una de las mejores jugadoras brasileñas), pero al tiempo se separó para juntar su destino con otra garota linda y gloriosa: Fernanda Venturini (armadora que mezclaba eficacia, elegancia y brillantez).

Pero de su vínculo anterior con Vera Mossa hubo descendencia: Bruno Rezende, hoy con 20 años, el tercer armador de la selección y, sin dudas, el futuro Nº 1 cuando el genial Ricardo García decida el retiro.

El fracaso de Sydney 2000, cuando Marcos Milinkovic le bloqueó la pelota decisiva a Dante y sacó a Brasil de los cuartos de final de los Juegos Olímpicos, provocó el alejamiento de Radamés Lattari como DT y la inmediata llegada de Bernardo.
Está claro que su campaña como entrenador es puro suceso, mucho más esplendorosa de lo que fue su trayectoria como jugador. Pero Bernardo nunca dejó de luchar y esa intensidad supo transmitírsela a su equipo.

Es cierto que Brasil ya era una potencia voleibolística desde los años 80, cuando Carlos Nuzman (hoy presidente del Comité Organizador de los Panamericanos de Río) le dio un impulso mayúsculo convirtiendo este deporte en el segundo en importancia en su país. Pero en títulos la cosecha no era tan rica: sólo oro olímpico en los Juegos de Barcelona 92 y la Liga Mundial de 1993 -con la misma generación dorada-, cuando las finales se disputaron en San Pablo.

Bien valía recordar el currículum de Bernardo. Su historia, sus antecedentes y sus vivencias confluyeron para forjar una de las selecciones más formidables de todas las épocas. Con el talento natural de siempre, pero con una mentalidad ganadora difícil de imaginar en equipos no europeos.

Hoy por hoy, parafraseando a Jorge Valdano, cuando hablaba de la hegemonía futbolística de los alemanes, podría decirse que "el voleibol es un deporte en el que juegan seis contra seis, en una cancha que mide 18 metros de largo por nueve de ancho, con una red ubicada a 2,43m y en el que siempre gana Brasil".

Y siempre ganará Brasil mientras Ricardo mantenga su nivel de excepción y Giba conserve la raza de campeón (26 puntos ante Polonia en semifinales y 16 con Rusia en la final y eso que tuvo un primer set desastroso), el líbero Serginho rescate todas las pelotas (hasta las humanamente imposibles) y Gustavo siga aportando su sapiencia para bloquear.

En este desenlace con rusos y polacos ni siquiera necesitó que todas sus luces estuvieran encendidas a full... Pero igual fue campeón, por estirpe y por constancia, mientras sus rivales se apichonaban en los tramos decisivos de cada set.
Eso no lo consiguió gratis, esa mística no le vino como bendición. Hay un equipo que jamás se entrega y hay también un gran hacedor: Bernardo, el alquimista, el que supo transformar sudor en oro.

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